CGI y efectos especiales: qué diferencia hay realmente entre ambos conceptos

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En el mundo del cine y las series, pocas expresiones se repiten tanto como “efectos especiales” y “CGI”. A menudo se usan como si fueran lo mismo, pero no lo son. Aunque ambos forman parte del lenguaje audiovisual moderno, cada término se refiere a técnicas distintas que cumplen funciones diferentes en la creación de una película. Entender esa diferencia ayuda a comprender mejor cómo se construyen hoy las imágenes que vemos en pantalla.

Efectos especiales: un término amplio que incluye lo físico y lo digital

Cuando hablamos de efectos especiales (SFX por sus siglas en inglés), nos referimos a cualquier técnica que permita crear una ilusión que no podría captarse de forma natural durante el rodaje. Es un concepto paraguas que engloba métodos tradicionales y también herramientas digitales, pero su origen está en los trucos prácticos que se hacían antes de la aparición de los ordenadores.

Dentro de los efectos especiales encontramos recursos muy variados. El maquillaje especial o las prótesis permiten transformar a un actor en un monstruo, un anciano o una criatura fantástica. Las maquetas o miniaturas recrean edificios, coches o escenarios imposibles a escala reducida. La pirotecnia genera explosiones reales de forma controlada, mientras que la llamada “lluvia artificial” permite rodar escenas en días despejados. También se incluyen elementos mecánicos, como los animatrónicos, o el cableado para acrobacias que se elimina después en posproducción.

Estos efectos físicos siguen siendo esenciales porque aportan textura, volumen y presencia real a los actores. Muchos directores continúan apostando por ellos para que los intérpretes puedan reaccionar ante elementos tangibles y no solo frente a una pantalla verde.

CGI: cuando la imagen nace directamente del ordenador

El término CGI significa Computer-Generated Imagery, es decir, imágenes generadas por ordenador. Son efectos especiales digitales creados en software especializado. Con el CGI es posible diseñar desde cero criaturas, objetos, escenarios o movimientos que serían imposibles —o extremadamente caros— de recrear de forma práctica. Un ejemplo lo podemos ver en la película «Blue Moon», en la que consiguieron que su actor protagonista, Ethan Hawke, pareciera que mide 1,50 cuando en realidad es mucho más altyo.

El uso de CGI se ha extendido en todo tipo de producciones: superhéroes que vuelan, paisajes que no existen en la realidad, multitudes creadas artificialmente o la digitalización completa de personajes. También se emplea para retoques más sutiles, como rejuvenecimientos faciales, correcciones de proporciones del cuerpo o la creación de fondos que permiten simular localizaciones sin desplazamientos.

La principal ventaja del CGI es su versatilidad. Permite manipular la imagen sin límites y ajustar cualquier detalle hasta el último momento de la posproducción. Sin embargo, cuando se abusa de él o se integra de manera poco cuidada, el resultado puede resultar artificial.

Lilo y Stitch: imagen creada por ordenador
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Complementarios, no opuestos

Aunque CGI y efectos especiales se diferencian en su naturaleza —uno digital, el otro físico o digital—, lo más habitual es que se usen juntos. Una escena puede incluir maquillaje práctico, explosiones reales y retoques digitales que los integren. Muchos directores combinan ambos métodos para equilibrar realismo y flexibilidad.

En resumen, todos los CGI son efectos especiales, pero no todos los efectos especiales son CGI. La distinción radica en la herramienta empleada: ordenador frente a técnicas físicas. Ambas forman parte hoy de la caja de recursos del cine moderno y siguen evolucionando para expandir los límites de lo que se puede mostrar en pantalla.

*Este artículo ha sido generado mediante inteligencia artificial y con supervisión humana.


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